Tres de las cuatro iglesias con las que contaba Escalona estaban llamadas a desaparecer para que la superviviente alcanzara su máximo esplendor. Todo estaba atado y bien atado, pero las cosas no iban a salir como estaban previstas.
La historia comienza en 1612 de la mano del quinto Marqués de Villena (que se llamaba Diego López Pacheco como su bisabuelo, aquél que había amparado a “Los Alumbrados”). El nuevo Diego López Pacheco mantenía bien alto el pendón de la familia. Había sido Virrey de Nápoles y Embajador ante el Santo Pontífice, y un buen día decidió seguir el ejemplo de su bisabuelo y engrandecer Escalona con una iglesia digna de la noble historia de la Villa. Ésta iba a ser la gran iglesia que hoy echas en falta.
Para ello pidió al Papa Paulo V que le autorizase a derribar tres de las iglesias con las que contaba la Villa y aprovechar sus materiales para convertir la iglesia de Santa María (que estaba entre la Plaza y el Castillo) en una Colegiata, con “la construcción de una iglesia de gran estructura, comodidad y decencia, con coro, Capilla Mayor, capillas con buenos retablos, amplia sacristía, sala capitular, campanario y fuente bautismal.”
El Papa accedió y dio de plazo 10 años para hacerlo. Por fin Escalona iba a contar, justo frente al Castillo, con una iglesia a la altura de las circunstancias.
A toda marcha
Las obras comenzaron con decisión, y el primer paso para la ampliación de la iglesia de Santa María fue el derribo de su vecina la iglesia de San Martín, que por aquel entonces tenía ya más de 400 años. Ya solo quedaban tres iglesias en la Villa...
Las obras de la nueva iglesia avanzaban a buen ritmo, aunque según parece con no tan buena maestría, porque según dicen las crónicas de la época, la obra se estaba haciendo tan mal que antes de que estuviera acabada se vino abajo por completo y quedó reducida a escombros. Tanto fue el destrozo que en adelante su solar solo pudo ser utilizado como cementerio.
Gran desastre. Escalona seguía sin su gran Colegiata pero en un abrir y cerrar de ojos habían desaparecido dos de sus cuatro iglesias. Y además, las más importantes.
Un apurado "Plan C"
Así que no hubo más remedio que cambiar los planes y poner en marcha, no ya un “plan B”, sino un apurado “plan C”. La iglesia de San Miguel, que estaba a punto de desaparecer para convertirse en “almacén de materiales de construcción” para la nueva iglesia, se salvó en el último minuto y se acabaría por convertir en la Colegiata de Escalona. Hoy es la única que existe, y estamos a punto de dirigirnos hacia ella.
La cuarta iglesia era la de San Vicente, que estaba en lo que hoy es la plaza de su mismo nombre, a espaldas de la Plaza, no muy lejos de la Puerta del Sur por la que entraste en la Villa. No es necesario que te desvíes ahora. Lo harás un poco más adelante. Ahora simplemente guarda el dato para recordarlo entonces: el lugar que hoy ocupa la plaza de San Vicente es el espacio vacío que dejó la iglesia. Es su huella.
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