Lázaro es, de alguna forma, la "otra cara" de esa Corte de los Prodigios. Sus peripecias no están relacionadas con el Castillo, sino con la Villa. Tampoco pretendió dominar el mundo, sino sobrevivir en él. Pero en el fondo está hecho de la misma “madera” que sus “compañeros de viaje”. Intrigante, astuto, servidor de su señor... y su más denostado enemigo...

La Plaza de Escalona es el escenario donde transcurren los últimos episodios del primer libro del Lazarillo de Tormes, y en especial el último de ellos, que forma parte ya de nuestra memoria colectiva, porque es aquí, en esta misma plaza, donde está ambientado el momento en el que el joven Lázaro se venga de su amo ciego y lo abandona para siempre.

Llovía a cántaros, la noche estaba ya próxima y el ciego decide que es tiempo de regresar a la posada. Las continuas humillaciones a las que el ciego le había sometido, habían puesto a Lázaro al límite... pero también le habían hecho madurar.

Iban caminando por debajo de los soportales cuando Lázaro tuvo un impulso. En la plaza, como siempre, la lluvia había creado aquí y allá pequeños arroyos y Lázaro le dice a su amo que debería tener cuidado para no meter los pies en el agua fría. Le dice que hay un lugar donde el arroyo se estrecha y si da un salto podría pasarlo sin mojarse.

Un engaño liberador

En realidad lo que hace Lázaro es sacar al ciego del abrigo de los soportales y colocarlo, bajo la lluvia, justo delante de una de esas columnas. Allí, bastante preocupado por el agua que le cae encima, el ciego no se da cuenta de lo que ocurre.

Rápidamente Lázaro se pone justo detrás de la columna y le dice que salte con todas sus fuerzas para salvar el arroyo. Así lo hace el desgraciado ciego, que acaba dando con su cabeza en la piedra y queda tumbado en el suelo, en el agua, casi sin sentido mientras Lázaro echa a correr y lo abandona para siempre.

Hoy cuando llueve mucho en esta plaza se siguen formando esos arroyos. Y, llueva o no llueva, una columna te sigue brindando, como a Lázaro, la oportunidad de liberarte de los “demonios” que no te dejan ser tú mismo. Cuando vengas no dejes de participar en el “rito del cabezazo”.

¿Dónde? Mira de frente la Casa del Concejo. Es la columna que está en el extremo de la derecha.

El guiño final

Por cierto, que esta columna y este rito esconden un último guiño. Pero es un guiño sólo reservado para quienes a estas alturas ya habéis descubierto que en Escalona, detrás de lo que se ve hay siempre una segunda lectura, reservada para quienes estén dispuestos a mirar más allá de lo que enseñan los ojos.

Y es que el engaño del Lazarillo y el “cabezazo” del ciego están ambientados exactamente en este lugar, pero no sobre la columna que hoy puedes ver. Curiosamente en aquellas fechas esa columna ya estaba en Escalona, pero en otro lugar. Ocupaba una posición de honor en el patio principal del Castillo, levantado por don Álvaro de Luna. Cuando siglos después el ejército de Napoleón lo destruyó, algunas de sus columnas se trajeron hasta aquí y desde entonces viven una segunda vida.

Es la gran jugada que resume el espíritu de Escalona. Don Álvaro y el Lazarillo, las dos caras de su historia, unidos en el mismo lugar. A la vista de todos... pero sólo para quienes sean capaces de verlo...