Año de 1474... Entra en escena el cuarto de nuestros protagonistas. Diego López Pacheco. En octubre había muerto su padre, Juan Pacheco y de él había heredado sus enormes posesiones... y su ascendencia sobre el rey Enrique IV. De hecho, en diciembre moría el propio rey y ahí, junto a su lecho, estaba él.

Del rey, en su lecho de muerte, recibió su estima... y una “herencia” muy comprometida: el mandato de proteger a su hija Juana y defender sus derechos para sucederle en el trono de Castilla.

Enrique había muerto sin dejar testamento (o si lo dejó, alguien se encargó de que no se encontrase nunca). Había dudas de quién debía ser la nueva reina: su hija Juana (a la que los enemigos de Enrique tiempo atrás habían apodado “la Beltraneja” porque decían que no era hija del rey) o su hermanastra Isabel.

Castilla en guerra

Don Diego apenas tuvo unas horas para ser consciente de su papel, porque Isabel, mostrando la astucia de la que haría gala toda su vida, se les adelantó y se apresuró a autoproclamarse reina en Segovia. Aquello fue el primer paso de una guerra civil entre dos “reinas” que iba a dividir a Castilla.

Lo primero que hizo don Diego fue asegurarse de que Juana estaba custodiada en un lugar seguro, y uno de esos lugares fue en su propia casa, en el Castillo de Escalona, que de esta forma entraba en la guerra.

En la jurisdicción de Escalona, algunas de las villas y aldeas se habían apresurado a tomar partido por Isabel, en parte porque pensaron que de esa forma podrían rebelarse contra el poder del Marqués de Villena. Pero no así la propia Escalona, que se mantuvo del lado de su señor.

Aprovechando esta división, los ejércitos de Isabel entraron en tierras de Escalona para enfrentarse con los del Marqués de Villena, pero siempre evitaron poner sitio al Castillo (sin duda eran bien conscientes de las experiencias anteriores).

Una salida airosa

Don Diego se mantuvo en armas hasta que fue consciente de que la causa de Juana no tenía futuro. Entonces negoció con Isabel y pactó una salida relativamente airosa. A fin de cuentas era un noble poderoso y la propia reina necesitaba apaciguar más que alimentar hogueras soterradas. Salió derrotado pero salvó los muebles.

Don Diego prometió no volver a sublevarse y, como reconocimiento, años más tarde, los Reyes Católicos lo nombrarían Capitán General de la Frontera en la ofensiva final contra el Reino de Granada y entraría en la ciudad con ellos cuando tomaron el reino nazarí en 1492.