Don Álvaro de Luna levantó en el Castillo de Escalona un palacio asombroso, pero recién terminado, un rayo provocó un incendio que lo destruyó por completo. ¿Su reacción? Levantar otro palacio aún más suntuoso.
El 10 de agosto de 1438 se formó en Escalona una de esas tormentas tan típicas de las tardes del mes de agosto. Truenos, rayos y viento. Uno de los rayos fue a caer en lo más alto del Castillo, en la torre del homenaje del nuevo palacio que acababa de ser levantado. El incendio fue inmediato y el viento completó la faena.
Las llamas se extendieron rápidamente por la construcción y la devastaron casi por completo. Cuentan las crónicas que 800 personas estuvieron trabajando durante tres días echando agua y tierra hasta que pudieron sofocar las llamas. El palacio había quedado reducido a escombros.
La sombra de Julio César
Pocos días después empezó a correr por la Corte el rumor de que el obispo don Gutierre de Toledo había dicho que, al igual que un rayo había caído en Roma sobre una estatua de piedra de Julio César y había sido un augurio de su trágico final, este rayo podía ser un augurio de algo parecido ante las ambiciones desmedidas del Condestable.
El revuelo que se formó fue inmediato y a punto estuvo de provocar otro incendio (esta vez metafóríco). Pero el obispo, en una reacción llena de habilidosa prudencia, se apresuró a manifestar, no ya que fuera falso que hubiese dicho eso, sino que ni siquiera había leído ni escuchado una historia semejante referida a una estatua de Julio César...
Don Álvaro era supersticioso pero, lejos de tomar el incendio como un “aviso divino”, se puso manos a la obra para levantar un palacio aún más suntuoso que el anterior. El palacio que iba a ser el escenario para sus grandes ostentaciones.
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